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Diego Ranuárez / Libertad y democracia como utopías irrealizables

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San Juan de los Morros.- Se suele decir que soñar no cuesta nada, y entre los deseos más frecuentemente expresados a través de esos “sueños” está el de dos ideologías entrelazadas: Libertad y Democracia. Se les suele tener como punta de lanza del progreso, como idea principal del discurso de toda ideología que se preste de moderna, y es que no hay nada más deseable para el ser humano que el derecho a hacer lo que quiera, sin embargo, ¿es correcto darlas por sentado?, ¿cómo estar seguros de que la democracia es real y la libertad es plena?

La democracia es la forma imperante de gobierno en países del llamado primer mundo, donde el aparente derecho a elegir a los gobernantes es una directriz inmutable, y de esa forma nos educan, diciendo que con el voto tenemos poder real y tangible sobre el futuro de la nación en que vivamos. Pero algo hay que reconocer: la política es sucia, y el que los ciudadanos sean la variable definitoria de unas elecciones desde siempre dominadas por los intereses de los grupos de poder, no significa que la decisión ha sido siempre nuestra.

La propaganda política está ahí para revivir con furia el propósito aristotélico de la comunicación, el persuadir. No es que el cuento llamado Democracia sea falso, sino que es muy poco tangible, está ahí como figura, legalmente existe, pero, contrario a la etimología de la palabra, no es el pueblo quien se gobierna a sí mismo.

No todo es malo por supuesto, considerar países del hermoso pero trágico oriente medio iguales a nuestra accidentada tierra latinoamericana es una exageración, siempre se podrá estar peor de lo que presentemente se sufra, y al ser técnicamente democracias, se tienen mecanismos legales para ejercer presión sobre los gobiernos que se desvíen del interés de la población, pero ahí comienza otro problema: el condicionamiento y lo irónico que resulta este para la libertad.

Nosotros “creemos” más de lo que “sabemos”, no cuestionamos nada siempre que ciertas comodidades se mantengan y ciertos preceptos del subconsciente se manejen de forma inteligente. Alimentar el odio hacia alguien o algo es una manera en la que se puede asegurar que un individuo o grupo no interfiera con los intereses propios, estarán demasiado ocupados atacando a quien se le ha hecho creer es merecedor de su hiel, y lo cierto es que el odio a veces es terapéutico, catártico.

Si mezclas el sentimiento de liberación que se siente al dirigir pasiones intensas hacia un objetivo, con facilidades para pequeños gustos, contra ti no se alzarán: échale la culpa de la escasez a algún imperio malvado mientras ahogas la distribución de alimentos no controlada por ti (claro, sin que se sepa), y tendrás a un rebaño enardecido que te seguirá siempre que alimentes su rabia y su hambre.

Son suficientes quejas acerca de gobiernos y demás, pero era necesario, después de todo, la libertad de cada quien acaba donde inicia la del siguiente individuo, y es importante saber cuáles son nuestras limitaciones como sociedad.

Leyes, costumbres y tradiciones están ahí para regular comportamientos, ¿es esto una afrenta a la libertad?, decía Sartre que “El hombre nace libre, responsable y sin excusas”, de esto se podría concluir que la única libertad absoluta se tiene al momento justo de nacer, al aun no estar sujetos a las presiones cósmicas de lo social, pero solo se cambian los obstáculos “externos” por otros fisiológicos.

Siguiendo con las ideas de Sartre, se puede decir que siempre tenemos libertad de elección, ya que nada nos impide realmente realizar nuestros deseos, y esto incluye a aquellos de tendencias criminales: “¿Cómo es esto?, ¿estás loco?, ¡te meterían preso!” es lo que cualquiera te respondería en el ejemplo extremo de expresar planes de asesinato, y es cierto, la ley pena el acto llevado a cabo, pero esto jamás ha impedido que cosas universalmente reconocidas como malas sucedan. Solo en películas y novelas futuristas se condena formalmente al puro pensamiento.

A la mayoría le molesta la idea de que se les priven de libertades, y aunque toda queja es digna de revisión, son las leyes la que mantienen una semblanza de orden, el caos no es bueno, y te aseguro, querido lector, que no te agradaría que alguien más buscara imponerse a ti, y no tuvieras opción más que defenderte como los ancestros homínidos que dejamos detrás.

 

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