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DOMINGO DE RAMOS / El mundo se une en oración por comienzo de la Semana Santa

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Foto cortesía

Caracas.- Conocida en un principio como “La Gran Semana” y más tarde como Semana Mayor, la Semana Santa hace referencia a los días que comienzan con el Domingo de Ramos y culminan con el Domingo de Pascua, la fecha más importante para conmemorar la vida, muerte y resurrección de Jesús para todos los católicos en el mundo.

Vivir la Semana Santa es acompañar a Dios con la oración, sacrificios y el arrepentimiento de los pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.

“En el misterio pascual, Dios Padre, por medio del Hijo en el Espíritu Paráclito, se ha inclinado sobre cada hombre ofreciéndole la posibilidad de la redención del pecado y la liberación de la muerte”. (Juan Pablo II).

¿Qué es el Domingo de Ramos?

El Día de Ramos es simbólicamente la “puerta de entrada” en la que los cristianos se preparan para entrar en la Semana Santa y, por tanto, para dirigirse a la Pascua. Todavía hoy, como en tiempos de Jesús, la bendición de las palmas atrae a multitudes.

Cada año, el Evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén le da todo su sentido a la bendición de las palmas. Se reviven los momentos en los que la multitud acoge a Jesús en la ciudad de David, “ciudad símbolo de la humanidad” (Juan Pablo II), como un rey, como el Mesías esperado desde hacía varios siglos, publica el portal católico Aleteia.

Aclaman a Jesús a las voces “Bendito el que viene en nombre del Señor” y “Hosanna” (en hebreo, esto significa literalmente “¡Salva, pues!”, y se ha convertido en una exclamación de triunfo pero también de alegría y de confianza).

Jesús es un Rey, pero un Rey de paz, de humildad y de amor. Sobre un asno, una montura modesta, un animal de carga, el Señor se presenta a la multitud. Zacarías había anunciado (9,9): “He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna”.

La gente tendía sus mantos a su paso, lo cubría de palmas, como relata Mateo en su Evangelio: “La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (Mt 21,8).

Todavía hoy, la bendición de las palmas atrae a multitudes, con un público a veces poco habitual seducido por estas palmas y ramas de olivo (o de boj, o de laurel, según los países) que se pueden conservar en casa hasta el año siguiente.

El significado de las palmas

Símbolo de vida y de resurrección, el ramo es portador de bien, más que de buena suerte. Se coloca en las casas o adorna los crucifijos: hace entrar a Jesús resucitado en los hogares.

Estos ramos que se toman en las manos para aclamar la cruz de Cristo se colocan también a veces sobre las tumbas y entonces adquieren un significado funerario.

No es sólo para honrar la memoria de un ser querido, sino también para manifestar la propia esperanza de ver renovar y florecer la propia fe en la resurrección de Jesucristo, y en la de los muertos.

Normalmente, las parroquias organizan una procesión tras la bendición de los ramos, antes de la misa. En las grandes ciudades, la asamblea puede reunir hasta varios miles de personas. Los fieles entran después en la iglesia, detrás del sacerdote, lo cual significa que acompañan a Cristo Rey hacia su pasión.

Desde Jerusalén, la procesión se extiende a todo Oriente y hace del domingo inaugural de la Semana Santa el Domingo de Ramos. Desde principios del siglo VII, llega a Hispania y probablemente a la Galia (certificada en el siglo IX) y después se desarrolla ampliamente en todo el imperio carolingio.

En Roma, en el siglo V, sólo se leía la Pasión. A principios del siglo XII, cuando los usos franco-germánicos penetran en Roma (tras su propia decadencia litúrgica), la Procesión de las Palmas se menciona en los libros romanos.

Los textos bíblicos del Domingo de Ramos

La celebración excepcional que propone la Iglesia católica el Domingo de Ramos remite a varios textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que hacen entrar progresivamente al creyente en la celebración del “Misterio pascual de Jesucristo”.

Durante la misa, las distintas lecturas y el Evangelio de la Pasión (sobre los sufrimientos y suplicios que precedieron y acompañaron a la muerte de Cristo) introducen al creyente en la Semana Santa y en sus distintas etapas, a la luz de la Pascua.

Primero el profeta Isaías enseña que el Siervo de Dios acepta sus sufrimientos: “Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado” (Is 50, 6-7).

Después san Pablo explica que Jesús, Cristo y Señor, de condición divina, no ha retenido el rango que le igualaba a Dios, “sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo … por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre” (Fil 2, 6-11).

El relato de la Pasión se hace a varias voces: la voz del sacerdote encarna al personaje de Jesús. Jesús sabe que su triunfo ha provocado la envidia y el furor de los sacerdotes, que han decidido matarlo.

Institución de la Eucaristía

Durante la última cena con sus discípulos (la Cena), instituye la Eucaristía: hace ofrenda de su cuerpo y de su sangre como “verdadera” comida y “verdadera” bebida que dan la Vida eterna, anticipando así a través de este gesto el sentido profundo de su próximo sacrificio, su muerte en la cruz: “Tomad, este es mi cuerpo… Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”, relata el evangelio de Marcos.

Después Jesús lleva a sus discípulos al Monte de los Olivos y les advierte de lo que va a soportar. Ellos le prometen su apoyo incondicional. Pero en medio de la noche, en el huerto de Getsemaní, Jesús es abandonado por estos mismos discípulos, que sucumben al sueño.

Él les había recomendado, sin embargo, que esperaran y velaran durante el tiempo que él rezara a su Padre un poco más lejos, después de haberles explicado que su “alma está triste hasta el punto de morir”.

Entonces Judas, uno de los doce apóstoles, llega para traicionarlo y entregarlo a las autoridades judías. Poco después, Pedro, atemorizado, niega conocer a Jesús confirmando lo que este último le había anunciado antes: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces”.

Juzgado escuetamente, Jesús es crucificado por los romanos. En camino a su resurrección, se rebaja a lo más bajo. Tras los cantos de alegría que le han acogido, son gritos e insultos los que le acompañan cuando, llevando su cruz, sale de Jerusalén.

El Domingo de Ramos los fieles buscan a Jesús como “el centro de su misterio, y el centro del misterio de Cristo es la muerte y la resurrección”.

Carlos Zapata | Globovisión

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