Siempre he pensado que la amistad es una especie en extinción y que debemos salvarla por encima de todo. Con Frank Rodríguez conversamos mucho sobre este tema.
José Francisco Rodríguez era su nombre, pero lo llamaban Frank. Él, un militante de eso que llaman derecha. Yo, militante de eso que llaman izquierda.
Él, un admirador de Carlos Andrés Pérez y Romulista. Yo, un cuestionador implacable de sus ídolos.
Pero entre Frank el adeco y yo el izquierdoso, había más coincidencias que diferencias.
Nos unía el gusto por la conversa, lectura, teatro, historia y el humor. Ambos sarcásticos a la hora de encontrarnos.
Cada vez que nos encontrábamos nos decíamos “camarada” luego venía la sonrisa y después el abrazo.
A él no le ofendía esta palabra y a mí no me molestaba ni su crítica ni su válida opinión.
Ambos siempre nos burlábamos de los corruptos blancos y rojos, los que se quieren llevar todo lo que consiguen.
En una ocasión, me tocaba cubrir una rueda de prensa en la casa de Acción Democrática en la capital guariqueña. Cuando iba entrando me encontré con Frank. Para molestarlo procedí a persignarme y religiosamente miré hacia arriba y dije:
- Señor cuídame, que estos adecos no me hagan nada y que no se me pierda nada de lo que cargo.
Frank soltó una carcajada y siguió caminando conmigo. Como aun faltaba mucho para iniciar la rueda de prensa, procedió a contarme una anécdota que nunca olvidaré y que siempre la sacábamos a relucir en las conversas.
Narró mi hermano Frank Rodríguez que en una ocasión tenía reunión en el partido blanco. La hora fijada coincidía con la salida de su hijo de la escuela primaria.
Frank, como buen padre, que siempre lo fue, pasó buscando a su hijo por la escuela y decidió llevárselo al partido.
Estando en medio de la reunión, su hijo se asomó a buscarlo, pues esta se alargaba.
Frank miró a su hijo y notó que no cargaba el bolso con sus pertenencias, entonces le preguntó: ¿y el bolso dónde lo dejaste?
Su hijo le dijo que lo había dejado afuera, donde estaba esperándolo.
A lo que Frank, en medio de sus ocurrencias y con ese mágico sentido del humor que lo caracterizaba, le soltó esta:
“Pero bueno hijo, como lo vas a dejar afuera, es que tú no te das cuenta en el sitio donde estamos, vaya buscarlo antes de que se pierda”.
Ese era Frank Rodríguez, con el pasar de los años, como todos nosotros, su madurez, tolerancia y experiencia fue aumentando.
Frank fue uno de los ejemplos más claro de cómo podemos llevarnos los seres humanos a pesar de nuestras diferencias políticas.
Siempre admiré su pasión y su lealtad hacia su partido y su ideología. Nunca quiso convencerme de nada. Solo quería un amigo y lo tuvo en mí.
En estos últimos años me hice amigo de uno de sus hijos. Francisco Rodríguez Sotomayor, un carajito brillante, con un corazón lleno de nobleza.
Un estudiante unergista, amante de la música, poesía e historias. Un superman venezolano. Tal cual, un orgullo para su padre.
Una vez le dije: tu papá es muy buena gente, lo único malo es que es adeco, y Francisco el muchacho, dejo fluir la sonrisa, igual como lo hacía su padre.
Frank quería lo que todos queremos, un mejor país. Una mejor ciudad. Su partida inesperada nos dolió en el alma. Lo recordaremos como él lo hubiese querido: con alegría y optimismo.