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La Casa: Regalo fallido una boda

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Foto: lasmercedesdelllano.blogspot.com/

San Juan de los Morros.- (…Llegó a ser por cierto para mí, también, la vieja máquina de coser a pedal de la tía Sinesia, algo de lo cual guardo muchos recuerdos de mi niñez; en casa de mis abuelos —pensó Hilario—. La misma que primero llegué a creer, erróneamente, le pertenecía a doña Olimpia. Pero que muchos años después supe de su caso, sin yo quererlo; pues, fue por pura casualidad que me enteré de la verdad, la auténtica historia de sus orígenes.

En realidad fue uno de los regalos de la fallida boda de mi tía —un asunto que tradicionalmente se estilaba en estos pueblos provincianos, propio de la buena fe de las personas y, por  qué no,  también un modo muy particular en las parejas de irse ayudando económicamente, hasta completar la totalidad de los enseres y cosas que consideraban necesarios en su futura nueva vida juntos.

¡En fin!—, con el único novio que en verdad se le conoció, el cual un buen día, desapareció del pueblo del mismo modo fugaz en que habría llegado, para nunca más regresar. Su fortuita llegada obedeció tal vez, también, igual que la de muchos otros arribistas, al deslumbramiento causado por las visiones espejísmicas de la industria petrolera que borraría de cuajo con su fulano portento nuestras más sencillas, humildes, pero bellas tradiciones. Ese sustrato natural del don de gente buena y confiada que teníamos; legado precisamente, de nuestros esforzados abuelos.

…Porque, fue mi pueblo en los años cuarenta, cincuenta y, mediados de los sesenta, uno de tantos en la geografía nacional que sucumbirían con el tiempo bajo la negra mácula del petróleo. Por lo cual, desaparecería en ellos su genuina identidad, haciendo que sus gentes, propios y extraños, inexorablemente quedasen atrapados en una rara burbuja de engaño; algo que al final, nada resolvería.

Formaba parte activa dicha máquina de coser, de la enigmática escenografía, según mi parecer, que durante mi infancia solía ver en casa de don Florencio y doña Olimpia; en su residencia de la calle Ribas.

…Igual a los viejos cuadros con los retratos de la familia en blanco y negro, reseñados en un principio. La pesada y bella mesa en caoba de gruesas patas retorcidas, ecuestres, artísticamente talladas —seguramente, me imagino yo, otro alarde de su gran maestría, puesta en práctica por el “carpintero ebanista” el señor Olegario Contreras; amigo de mi abuelo Florencio—, donde reposaban a diario las flores campesinas en dos floreros de vidrio de alargado cuello, en Arte Murano; puestos sobre sendos pañitos tejidos en crochet, todo encima del humilde mantel de hule con sus característicos motivos holandeses de color azul con blanco…

El preciso reloj de péndulo en la pared, más puntual aunque era nipón, que un real caballero inglés; con sus retumbantes campanadas, ni siquiera atenuadas por su gruesa caja labrada en madera de teca “que no le hacía ni coquito” —decíamos cuando lo escuchábamos, en cualquier hora redonda—.

…Sería dicha máquina, todo un misterio para mí. Otra de las tantas cosas que me acostumbré a ver, en la amplia sala de recibo de la casa; pero que, en ciertos y determinados momentos de mi  vida de muchacho asustadizo de pueblo llanero, mientras pasaba por el sombrío salón de recibo cuando llegaba de visita a mis abuelos, me empeñaba en creer que lo que tenía ante mí, cuando me topaba con ella, era algo fantasmal, de otro mundo…

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Tomado del libro “Las Evasiones de Hilario Coba”, de Mario Celis Cobeña, número uno de la saga de cuatro: “Relatos Oníricos de La Atascosa“.

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