El descontento puede ser capitalizado por los adversarios si es ignorado. Esta es una de esas verdades de la vida cotidiana que se extrapola fácilmente a la política nacional y global. Pero tal parece que cuesta entenderla.
Veamos un ejemplo laboral. Si en una empresa paga sueldos miserables y trata mal a los empleados, llega un competidor sagaz y empieza a llevarse el talento formado por la primera compañía, quizá sin mucho esfuerzo, solo con promesas. Se han visto casos.
Otro ejemplo, del área sentimental: una persona está molesta o insatisfecha con su pareja y, ¡zas!, de la nada aparece alguien a calentarle las orejas y termina subiéndole la temperatura de quién sabe qué otra parte anaca. ¿No es así?
Entonces, yendo a lo que vamos en este espacio, si el gobierno no atiende oportunamente las urgentes necesidades de los sectores más empobrecidos del país, va a surgir un competidor en el mercado político o un rival en el ámbito emocional, y va a sacar provecho. Axioma de la Ciencia Política.
El indignante oportunismo
Los intentos de endosarse la protesta popular ejecutados por la derecha dan mucha rabia. En primer lugar, porque se trata de fuerzas políticas de raíces antipopulares y contrarias a los intereses de la clase trabajadora. Su apoyo a los más pobres es, a todas luces, oportunista e hipócrita.
En el caso de las protestas educativas, la impostura es todavía más flagrante, pues se sabe que varios de los partidos que intentan pescar en río revuelto son rabiosamente contrarios a la educación pública y masiva, y enemigos de que el Estado tenga una abultada nómina de docentes.
Además, varios de los partidos políticos y dirigentes que intentan aprovecharse de las manifestaciones laborales educativas son corresponsables de la crisis salarial de los trabajadores del sector público, como promotores de la guerra económica, el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales.
Esos partidos opositores han impedido una recuperación plena de la economía del país al utilizar para su provecho personal y grupal los recursos que lograron arrebatar al Estado venezolano mediante la ficción del gobierno interino.
Por supuesto que indigna la conducta de los oportunistas, pero es necesario tener conciencia de que es una operación natural, en especial tratándose de una oposición en etapa de estrés postraumático que necesita con desesperación y urgencia apoyos populares para retomar la tan ansiada ruta electoral.
La desigualdad rampante
En cualquier sociedad, el costo de la vida es un factor fundamental para la estabilidad política. Tanto que suele ser decisivo en los procesos electorales, incluso en países del norte global, donde los índices inflacionarios se mantienen históricamente dentro de ciertos parámetros.
En el caso venezolano, buena parte de los ataques de los enemigos externos, liderado por los EEUU y ejecutados sin piedad por la oposición política y empresarial interna, han estado dirigidos a causar un malestar insoportable en el grueso de la población, a través de hiperinflación, escasez, desabastecimiento, especulación y alza indiscriminada del dólar.
Aunque parezca increíble la ineptitud de esas mismas fuerzas opositoras y por el nivel de conciencia popular sobre el origen de estos males, no se ha verificado automáticamente la ecuación según la cual el empobrecimiento masivo genera caídas o derrotas electorales de los gobiernos.
En teoría política, cualquier administración que pasara por el calvario económico que ha sufrido la de Nicolás Maduro, habría implosionado hace años. Sin embargo, no solo sobrevivió a ese tsunami de calamidades, sino que ha logrado una loable recuperación en los últimos tiempos.
Pero, como una paradoja que trae otra dentro, el auge que se ha logrado en algunos sectores de la economía y que se hace evidente en la actividad en las calles, mercados, comercios y centros comerciales, tiene el efecto colateral de agudizar el descontento de los sectores menos favorecidos por la mejora.
La etapa de guerra económica y el inicio de las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo significaron un empobrecimiento generalizado, que afectó a los más necesitados y también a capas importantes de la clase media. En la fase de recuperación, no todos han podido sacar la cabeza y respirar tranquilos.
La desigualdad, que ya era muy intensa, se ha hecho más notoria debido a la alegre prosperidad de ciertos sectores que han logrado poner en marcha empresas o emprendimientos; tienen ingresos en divisas o se han beneficiado de fondos corruptos.
Los trabajadores que solo dependen de sus salarios en bolívares baratos ven como estos se reducen o achican cada día, debido a que toda la economía gira en torno al dólar y no hay ya ningún género de control sobre los precios de los bienes y servicios esenciales.
El argumento pierde fuerza
El efecto contradictorio de la recuperación se aprecia en la vida real, pero también es simbólico y se siente con mayor intensidad en temporadas de alto consumo general, como el pasado diciembre. Cierta franja de la clase media derrochó dinero sin reparo y recalcó así la odiosa desigualdad.
Los fastos institucionales y el exhibicionismo individual de algunos funcionarios públicos son factores agravantes de este aspecto simbólico de la inequidad. La gente que sufre grandes privaciones observa este espectáculo con estupor y acumula resentimientos.
Los trabajadores cuyos ingresos dependen exclusivamente de sus salarios reclaman aumentos que reduzcan la brecha creciente signada por el predominio del dólar en las transacciones cotidianas.
Varios economistas comprometidos con la Revolución recomiendan adoptar un esquema de indexación salarial. Pero el gobierno se excusa de no dar aumentos puntuales y de no acoger la propuesta de la indexación bajo la premisa de que tales medidas provocarían otra escalada inflacionaria.
El argumento ha perdido fuerza porque los más afectados observan que solo los salarios en bolívares están controlados en el país, mientras todo lo demás va por la libre. Y la reducción del poder adquisitivo es tan drástica que en algunos casos el salario no llega a cubrir los gastos de transporte para desplazarse al lugar de trabajo.
Politólogo Álex Vásquez Portilla, especial para El Tubazo Digital.