Ni en Miraflores ni en los palacetes de Fuerte Tiuna, los dos centros del poder, se pronuncia el apellido Spencer y lo más cercano a Herbert es la marca de la compota del famoso bebé. Ni a unos ni a otros se les puede colgar el sambenito de darwinistas sociales, de ser partidarios de la eugenesia, aunque algunos de sus secuaces, partidarios y seguidores pontifiquen en el nombre de la lucha de clases, la dictadura del proletariado y ese anatema en que se les ha convertido el socialismo del siglo XXI.
No por empatía sino por inercia Venezuela y su gente, que es como decir derechos y bienes, ha sucumbido al darwinismo social. Evite optimismos y alegrías. La supervivencia del más fuerte no es triunfo de la razón ni de los más buenos. En 2018 años de cristianismo, pese a la astucia de la razón, ha sido la violencia la vencedora. Las víctimas de la guerra de Independencia, de la Federal y todas las particulares degollinas de los caudillos regionales se calculan en bastante más de 1 millón de muertos, a pesar de la escasa y dispersa población del país; en los 18 años transcurridos en esta centuria las cifras son más espeluznantes: solo a manos del hampa, incluidos ajustes de cuentas y ajusticiamientos extrajudiciales, el número supera las 275.000 personas. Ahora habrá que sumarles los muertos por desnutrición, falta de medicinas y atención médica y los que fallecen huyendo de la precariedad, la inseguridad y la falta de seguridad.
En el trópico, la astucia de la razón ha sido más débil que en otras regiones. Desde que el bochinche se impuso luego de las dos traiciones de Puerto Cabello y el afán de derrotar al enemigo a como diera lugar se impuso sobre la conquista de la libertad, han sido pocos los años en que los buenos han triunfado, prefirieron inhibirse o fueron derrotados por la fuerza.
Sin duda fue en el año 1958 cuando la razón tuvo su momento más glorioso, no solo se impuso sobre el autoritarismo y su crueldad, sino que también pudo establecer con disciplina, talento y trabajo un régimen de libertades que permitió –con altibajos– progresos en el campo social, la educación y la economía. Derrotó la insurgencia marxista y la intervención cubano-soviética que le querían cortar el resuello, pero persistió en ideas que le costaron la existencia cuatro décadas más tarde: el populismo y el igualitarismo irracional.
Medido en miles de millones de años la evolución de las especies tiene sentido hasta en el sentido social. Se puede trazar una línea del proceso de transformación de una nariz y hasta de un comportamiento –¿la monogamia?–, pero los experimentos de ingeniería social –aquellos artificios que pretenden cambiar conductas, sentimientos y pensamientos en grupos humanos, como los nazis, los bolcheviques y sus sucedáneos– lo único que han dejado es muerte por cientos de millones, sufrimiento, desolación y atraso, sin que se tenga certeza de que se ha afectado la línea evolutiva. Son simples parpadeos de la historia que se sabrán dentro de 500 o 1.000 años y todos estaremos muertos.
Quizás habrá que echarle la culpa a Hollywood o a la candidez tropical que hace creer que nunca ocurrirá lo peor, que el héroe aparecerá en el último minuto y salvará la especie, o que un accidente inesperado será el milagro, y no se haya desarrollado la fuerza de la razón que pueda imponerse a la violencia destructiva, mucho menos estrategias pacifistas que desarmen a los brutos violentos.
Con el estómago vacío no se piensa ni quedan ganas para ser díscolos y retrecheros, apenas para robarse una gallina, alargar la mano y mostrar el carnet de la patria, ese “que garantiza la igualdad a más de 16 millones de venezolanos”. Llegó el futuro y no es el paraíso que prometieron. Sin efectivo, todavía.