Es hora de verificar la estrategia analizando las recientes conductas oficialistas, las variaciones que introdujo el éxito de las primarias y la contundencia del triunfo de María Corina, el desempeño de la candidata, las percepciones de la calle sobre el momento actual y los riesgos de nuevas regresiones.
María Corina es la candidata de la unidad. Una opción que si logra revertir la inhabilitación, ganaría la presidencia de la República. La incertidumbre sobre su participación tendrá respuesta cuando el CNE fije el lapso de inscripción de candidaturas. Ese es el límite si se quiere participar.
No hay evidencias sobre una revocatoria de la inhabilitación.
Eso sería posible si el régimen aceptara voluntariamente el principio de alternancia, lo que no está a la vista.
Hay una segunda razón para que no dé marcha atrás: Los que se articulan en torno al orden dominante, no los millonarios tapa amarilla de la maraña oficialista o los violadores de derechos humanos, sino los chavistas de fe, se espantan ante los anuncios de venganzas y persecuciones de justos. Que los hay en el PSUV, en distintos niveles de los poderes públicos o instituciones encargadas de mantener la estabilidad. Para ganar hay que tender les la mano con una propuesta clara de reconciliación.
Hay fervorosos propagandistas de la candidata que insisten en opinar sobre temas que prohíben a otros. Imponer la idea de una candidatura insustituible.
Quienes hacen esto privilegian la pugna adentro en vez de concentrar todos los esfuerzos en sumar iniciativas para que el gobierno rehabilite a María Corina y a Capriles y no pueda usar esta medida, contra otros, una vez convocado el proceso electoral.
No parece ser cierto que a quienes piden esclarecer cómo superar la prohibición de inscripción de la candidata haya que considerarlos adversarios. Su preocupación es lógica y pertinente.
Lo que es inconveniente puede ser presentar nombres. Pero no inscribir a nadie es fatal, sobre todo si conduce a una elección paralela, cuando lo real es ganarle a Maduro dentro de las instituciones y reglas del poder.
María Corina debe continúar su campaña porque es necesario mantener viva la llama del descontento, organizar a todos los que desean cambio de gobierno, presionar por la libertad de los presos, denunciar la represión y el ventajismo.
Pero el terreno donde hay que situar esa campaña es en el de los votos. Una herramienta cuyo uso el gobierno quiere reducir porque le es desfavorable cuantitativamente y porque significa la negación del autoritarismo.
El centro de la batalla política es traducir el descontento de gobierno en votos por el cambio. En esa batalla, cuidar el lenguaje, los medios de lucha o articular una verdadera Alianza nacional y plural es el modo de crear ventajas.
Así como establecer una relación con los sectores oficialistas sanos y darle confianza a quienes dentro del régimen pudieran ser proclives a reformar un sistema que fracasa y se agota.
Fortalecer la vía electoral significa debilitar a quienes, en uno y otro lado, construyen obstáculos a soluciones compartidas que puedan unir al país.
Debilitar también a quienes presionan para reproducir en Venezuela la degradación y el derrumbe de la ambición autocrática que escenifica Ortega en Nicaragua.
Cada día parece más pertinente reflexionar sobre acuerdos mínimos con el gobierno respecto al tratamiento que recibirán sus integrantes, los dirigentes del PSUV y los funcionarios chavistas a partir de un triunfo opositor.
Sería ideal que ésta reflexión la propiciara y orientara la candidata. La transición puede venir de varios lados y tener varios actores. Pero su realización sería óptima si se apalanca en una victoria de las fuerzas de cambio que aún con visiones de país diferentes, puedan aunarse en el propósito de recomponer la economía con solidaridad y las instituciones con libertad.
Un triunfo inclusivo que hoy pueda ser sentido como un pacto de garantías para ser aplicado mañana en una transición estable.
Simón García