Concluye una campaña marcada por la tensión, la desinformación en las redes sociales y, sobre todo, por las actitudes antidemocráticas de Bolsonaro. Sus amenazas y diatribas abocan al mayor país de América Latina a la incertidumbre y refuerzan el auge de la ultraderecha en todo Occidente.
Con ese estilo de hombre duro que llama a las cosas por su nombre que tanto triunfa en estos tiempos (véase al estadounidense Trump, el húngaro Orban, el ruso Putin, el filipino Duterte, el turco Erdogan…), este capitán nostálgico de la dictadura, en la reserva desde finales de los ochenta, ha logrado capitalizar la indignación que embarga a buena parte de los brasileños, el desencanto con la clase política de toda la vida, la rabia ante una corrupción que carcome a todos los partidos; un hartazgo generalizado del que Bolsonaro se ha aprovechado, presentándose como un ejemplo de limpieza.
Y símbolo del cambio, algo paradójico en vista de que lleva siete legislaturas como diputado en Brasilia. Sus alabanzas públicas a la dictadura (1964-1985) y las amenazas a sus adversarios políticos generan auténtico miedo en el Brasil progresista y honda preocupación en el Tribunal Supremo.
“Todos juntos vamos a cambiar el destino de Brasil”, ha dicho el ganador de los comicios a sus ocho millones de seguidores en FB. “No podemos seguir coqueteando con el socialismo, con el comunismo, el populismo o el extremismo de izquierda”. El futuro presidente ha asegurado, ya ante la televisión ante su casa en Rio de Janeiro, que su Gobierno será “constitucional y democrático”.
Su rival, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, siempre en segundo plano en esta tensa, polarizada, sucia y violenta campaña, pese a ir recortando la ventaja no ha logrado atraer a suficientes brasileños a su planteamiento de que esta era una elección entre dictadura y democracia. “Hay muchas personas con miedo y angustiadas en los últimos días. No tenemos miedo. Estamos aquí con las manos unidas y con coraje”, ha afirmado tras la derrota sin felicitar al vencedor.