San Juan de los Morros.- No digo que sea malo, mi querido amigo, decirlo y vocearlo a los cuatro vientos. A la patria hay que quererla desde lo más profundo del corazón, pero ¿no te has dado cuenta que aquellos que tienen la palabra “patria” a flor de labios y en las tribunas y discursos son los que menos la aman? Hay que verlos con recelo.
Desconfía de ellos. Siempre se traen algo entre manos y a la postre terminan desprestigiando, sometiendo a oprobio y arruinando a esa patria que dicen amar y defender.
La historia y el mapamundi están llenos de sátrapas, dictadorzuelos y demagogos de ese estilo y calaña. Pudiera citar nombres y apellidos concretos, casos con sabor histórico, pero no quiero herir susceptibilidades. La derecha y la izquierda merecen mi respeto.
No confíes, antes bien sospecha, de todo aquel que cacarea y manosea a diestra y siniestra la palabra patria. Generalmente ellos terminan usando y abusando de la misma con los fines más egoístas y perversos que puedan existir.
Al final, tristemente descubrimos, que el tan cacareado patriotismo no era tal y que la “patria”, a lo sumo, no era más que una “caja chica” de una oligarquía política corrompida e hipócrita.
La patria no es para tenerla en la boca sino en el corazón. No es bandera política. Se vive y se lucha por ella. Con humildad. Sin aspavientos. Se construye piedra sobre piedra. Se labra y edifica con esfuerzo silencioso y continuado. Es un esfuerzo mancomunado y anónimo. No se hace de ella ni gala ni superchería. Es el trabajo y la artesanía de grandes y chicos.
Cuando escudriño y leo las páginas doradas de nuestra historia patria, veo que los genuinos constructores de la misma no hacían sonar trompeta (como los hipócritas) delante de ellos para anunciar sus logros y triunfos. Simplemente trabajan y ya, cumpliendo con un deber sagrado.
A estos últimos escucha. A esta segunda categoría imita.
Daniel Scott