Desde los sucesos de 1989, las elites llevan 29 años de insaciable destrucción. Hoy aspiran completar su trabajo y aniquilar el aliento de democracia que sobrevive en las fuerzas y partidos alrededor de la candidatura de Henri Falcón. Lo decretaron hace un par de meses y si lo logran, tendremos un caso modelo de la marcha de la locura: la increíble y triste historia de una sociedad que pisa la raya totalitaria por su atroz inhabilidad para hacerse adulta y caminar por sí sola. Un caso patético en el que los grupos de poder toman siempre la peor opción y no debieron nunca usar pantalones largos.
Una de esas inquietantes novelas de Virginia Woolf, Orlando, narra de un personaje signado a vivir eternamente, y lo vemos en diversas épocas, desde la Roma Imperial hasta el siglo XX en su devenir de intrigas disolventes, daños al prójimo y perpetración de los mismos errores. Woolf satiriza así que la edad sirva para adquirir sabiduría porque hay una condición personal proclive a las calamidades que no derrota la experiencia. En la nave de la sandez en la que navegamos tres décadas, nuestro Orlando individual y colectivo, impulsa desgracias cruciales. Enalteció el crimen colectivo del caracazo, y responsabilizó a la gente decente y de trabajo.
La “culpa” era de la “sociedad egoísta”, “indiferente”, los empresarios, políticos, comerciantes. Solo la ceguera del espíritu podría enaltecer tal vergüenza colectiva, y dañar la salud espiritual al convertir una atrocidad en valor, en un acto de justicia popular contra la riqueza, la corrupción y demás pamplinas. En las sociedades en las que ocurrieron hechos vandálicos, con grupos dirigentes de inteligencia aceptable y cabeza en su sitio, los repudiaron con energía. Orlando asume el saboteo del Gran Viraje de Carlos Andrés Pérez y su equipo de tecnócratas.
¡Bienvenida la clase media!
Hizo pancartas para ironizar sobre la llegada de las clases medias a los cerros, porque el gobierno dizque las llevaba a la miseria, aunque en dos años el país crecía al mismo ritmo de China. Hablaba febrilmente del neoliberalismo, el capitalismo salvaje, los tecnócratas inhumanos. Sus revistas y prédicas se dedicaron a agitar la oscuridad del atraso contra los partidos políticos, depravar la libertad, las instituciones, la sociedad que había sido modelo democrático en Latinoamérica, que refugió en su seno colombianos, peruanos, ecuatorianos, chilenos, argentinos, cubanos víctimas de la violencia y la pobreza.
Cuando los sandinistas convertían a Nicaragua en una nueva Cuba, él y los suyos siguiendo a Daniel Ortega y Ernesto Cardenal, hablaron de Iglesia pobre e Iglesia rica y almidonaron la teología de la liberación, el fidelismo infiltrado entre los católicos. Inventaron “80% pobreza” cuando Venezuela era al país más moderno de Latinoamérica, prácticamente sin inflación, ni devaluación y con alto standard de vida para todos los estratos, que despegaba en los 90, con el resto de Latinoamérica, hacia una nueva era. Orlando y sus Orlandos lograron convertirnos en el tarado de la región, el único país que descarriló las reformas que nos hubieran hecho Kuwait.
Luego apoyó a un anciano intelectualmente seco que quiso regresar al pasado y cuyo gobierno lamentable y su voluntad de venganza nos entregaron a la revolución. Los Orlandos se enamoraron de Chávez e hicieron desfilar teorías delirantes para demostrar que llegaba la justicia. Años después despechados porque el juego les salió nuevamente mal, como ya habían destruido los partidos, se apoderan de la oposición e inician una cadena de insensateces y despropósitos dignos de niños freudianos.
Chávez les agradece su ayuda
Referéndum revocatorio de 2004, paropetrolero, plazaltamira, hechos-de-abril, retiro-de-candidaturas-2005, llevaron la oposición a desaparecer, entronizaron, atornillaron y robustecieron a Chávez en el poder y nos echaron encima esta maldición. No tengo ninguna duda: de no ser por los disparates de Orlando y los Orlandos en su obtusa manera de enfrentarlo, el país hubiera derrotado a Chávez en el proceso electoral. Pero las locuras y las prisas (“el país no aguanta más” dicen desde 2003) le permitieron al comandante limpiar Pdvsa, las FF.AA, el TSJ y todos los resquicios del escualidismo. Gracias a la velocidad de Orlando el totalitarismo puede triunfar.
En 2016 y 2017 vuelven a la ofensiva y convencen a la oposición triunfante de tirarse por el barranco del nuevo RR y de las elecciones generales adelantadas, los-trancones, la-hora-cero, la calle-calle que produjo 160 familias enlutadas (no han dado ninguna explicación, ni han pedido perdón por la tragedia). Se apoderaron del cerebro de los que aspiraban ser dirigentes, hoy llaman a la abstención contra diez años de sus propias prédicas y ponen a enfangarse a unas cuantas guacamayas tuiteras que repiten canalladas e insensateces desde el subsuelo.
Arremeten contra el último reducto de la oposición que no han podido arruinar y pretenden pintarrajear a Falcón con una de las campañas más sucias e inmorales habidas en Venezuela, una montaña de perros muertos comparable con la que ellos mismos lanzaron sobre Carlos Andrés Pérez. Montan parapetos organizativos, convocan acciones que fracasan, son la impotencia. Es más fácil destruir que construir y Orlando está en lo suyo. Tiene habilidad para reducir todo a escombros. Si el país se lo permite afrontará su malandanza.