Muy cierto lo era en la realidad social, en su voz y en las cuerdas de su guitarra talentosa, jamás lo negaré.
Pero lo que jamás soñó el músico ni en su más elevada musa ni en el mejor contenido letrístico de su puño y letra, es que esa misma lluvia se oiría más triste aun en los techos de cartón, de teja, de cinc, de acerolit canal ancha, de tronco y palma, de platabanda, y que “las mismas cicatrices” las llevaríamos a cuestas todo el mundo, y que los “millonarios de lombrices” cambiarían de color y muchos de ellos amarían con pasión el tan menospreciado dolar capitalista.
El único techo donde no se oye triste la lluvia es en el de Miraflores, donde los inquilinos presidenciales bailan y dan sus pasos al son de la salsa caribeña mientras…
… se sigue oyendo triste la lluvia en todos los techos del país.
Daniel Scott