Acotemos que todavía Maduro no había aceptado su postulación, apenas asomada, allá en Aragua, por Tareck El Aissami (¿dónde andará ahora?). Después el Psuv aclamó a su presidente, quien de manos de Diosdado Cabello recibió el estandarte partidista. Siguieron el ejemplo Tupamaro, UPV, el MEP y Podemos. El ex presidente de la Exxon Mobil y secretario de Estado -también en este orden-, Rex Tillerson, vio que la cosa era en serio y salió disparado por América Latina para detener aquello.
La revolución bolivariana ponía sobre la mesa su mejor carta. A Nicolás Maduro le cabía la definición que un cura facho le atribuyó al comandante Chávez una vez derrotada la Carmonada: “Nos enfrentamos a un adversario formidable”. Maduro viene de enfrentar la “arrechera” cruenta de su victoria presidencial en 2013, las guarimbras de 2014 y 2017, guerra económica, sanciones imperiales, bloqueo financiero, olas de violencia y odio, terrorismo, escrache financiado por la CIA y la más costosa y brutal campaña mediática mundial.
Salió victorioso de todos esos escenarios. Aceptó con gallardía la derrota electoral de 2015 y diseñó las victorias constituyentes y las de las elecciones para gobernadores y alcaldes. El imperio, la derecha europea y los perritos del Cartel de Lima han anunciado que no reconocerán los resultados electorales. En fútbol, esto se llama “jugar posición adelantada”. En Derecho, “confesión de parte”. En el ámbito literario y periodístico, es la crónica de una victoria anunciada.
Earle Herrera | Profesor UCV