Al momento de escribir esta columna, el kilo de la carne de res sobrepasó el millón de bolívares, con lo cual se evidencia el fracaso total del modelo económico que propugna Nicolás Maduro y su séquito.
Desde hace mucho tiempo los venezolanos dejamos de comer carne, pollo y pescado; a duras penas, y en algunos casos, se consumen sardinas que más o menos le dan contexturas a los raquíticos platos de “comida”.
Nuestra gente optó por ser vegetarianos, y este paso se dio no por decisión sino por la obligación o mejor dicho por la necesidad que dispuso las circunstancias que golpean la vida de millones de ciudadanos.
El hambre ha empujado a decenas de familias a mitigar el ardor de sus estómagos vacíos ingiriendo kilos de yuca sancochada o de auyama. Han sido los vegetales las únicas soluciones o paliativos ante la crisis de alimentación.
Quienes tenían la dicha de conseguir algo de carne para guisar o de pollo lo rendían echándole papas o berenjenas para que abultara la cantidad de comida y así “meterle gato por liebre” al propio estómago.
No obstante, los elevados precios de las hortalizas, legumbres y verduras han imposibilitado que estos rubros sean los “salvadores” de las comidas de un pueblo que se va enflaqueciendo a un ritmo acelerado.
Ahora, los venezolanos no podemos ser carnívoros ni vegetarianos. Todos los alimentos están impagables, y lo peor de todo es que la tendencia es que el valor de los diferentes artículos o productos seguirá su incremento a pasos agigantados.
Lo lamentable es que desde un kilo de papa, cebolla, pepino o lechugas, hasta cualquier otro rubro, han sido objeto de la inflación desmedida que el modelo fabricó con demencial maestría. Por ende, su presencia en las mesas de los venezolanos también se esfumó.
¿Y entonces que comeremos los ciudadanos de este país corroído por la incapacidad del régimen socialista? Comer carne es un sueño para la mayoría de los venezolanos, los alimentos “sanos y nutritivos” también pasaron a la lista de “incomibles”, y ni hablar de los carbohidratos como el pan, que desde hace mucho brillan por su ausencia.
Aquí nadie se salva de la crisis. Tanto opositores como afectos al régimen pasan hambre, salvo aquellos que están enchufados y como tales si tienen acceso a comida o adquirir productos al precio que sea porque tienen las formas de comprarlos.
Nicolás Maduro una vez dijo, burlándose del pueblo que pasa necesidad, que “la dieta de Maduro lo pone duro”, pero nos imaginamos que él se refería al grado de rigidez que toman los cuerpos sin vida, y esto porque cada día, por culpa de la “dieta de Maduro”, muere alguien por desnutrición.
La emergencia humanitaria es atroz, y mientras el régimen sigue creando condiciones adversas para el pueblo, también se afana en evitar que instituciones internacionales como la católica Cáritas envíen alimentos y medicinas al país.
Y a pesar de lo crítico de la situación, existen sectores democráticos que actúan con sus recursos limitados para ayudar al pueblo. Este es el caso de Antonio Barreto Sira, quien a través de la Gobernación de Anzoátegui, desarrolló un programa llamado Mercadito Pa’ Toitos para contribuir a darle soluciones al pueblo.
Y por encima de estas pequeñas e importantes aportes, es menester apuntarlo, sin un cambio de gobierno nacional la situación empeorará cada vez más para el venezolano de a pie, y al ciudadano solo le quedarán dos opciones para sobrevivir: 1-. Unirse a la estampida criolla hacia el exterior o 2-. Morirse de hambre dentro de las fronteras nacionales.
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