No doy consejos ni mucho menos regaños a quienes se han desbarrancado en la depresión constante.
Pero es que siempre es posible caer más bajo y también, salir de este infiernillo rojo. Durante mis años en la Siderúrgica del Orinoco, en la Guayana de los años ‘80s., conocí al dedillo los procesos siderúrgicos y la alquimia de transformar el arrabio en el noble metal, llamado acero.
En esos procesos, donde se acrisola en grandes (altos) hornos, de entre 150-200 toneladas, el hierro, en combinación con otros metales, el proceso es un puro infierno donde el calor, el humo y el ruido son las constantes mientras en el horno todo hierve y se hace de un líquido de intenso amarillo. No existe ese color en otra parte del mundo. Solo en los procesos siderúrgicos aparece esa intensidad luminosa con esa coloración amarilla. Y causalmente, el amarillo está vinculado al conocimiento interior en los recintos mistéricos.
Después de varias horas, los obreros dejan salir por la parte baja del horno lo más contaminado e inservible, la escoria. Luego el arrabio, y finalmente aparece ese líquido intenso. El acero. Que será procesado y transformado en productos primarios, como palanquillas y planchones.
Similarmente, en las sociedades ocurre algo parecido. Cuando se dan los períodos de crisis (acrisolar) sociales, los seres humanos entramos en una especie de horno, donde somos sometidos a una infinidad de pruebas. Mientras nos dedicamos a responder frente a realidades puntuales, como hechos político-económicos, reclamos por reivindicaciones laborales o de seguridad ciudadana, va ocurriendo otra crisis. Es la crisis del ser. Esa interna. Donde está el verdadero sentido de nuestra existencia.
Apenas hace unos días conversaba con una amiga, quien me indicaba su rechazo a quien se le acercaba para quejarse por su situación económica y la urgencia por encontrarle sentido a la realidad tan precaria. Ella me indicó varias decisiones que había tomado y la experiencia que estaba viviendo. He cambiado mi dieta, me señaló. También ahora valoro más lo poco o mucho que tengo. Y algo para mí, revelador: He aprendido a ser agradecida con la vida.
Templanza, fue mi respuesta. Mientras pensaba que en estos momentos volvemos a tener otra oportunidad para incorporar estos aprendizajes, a la educación formal. Los valores y principios, como el de economizar, la solidaridad, el reconocimiento del Otro-diferente, el uso de productos vegetales a nuestra ingesta calórica, conservar y darle mantenimiento a nuestros bienes. Son, entre otros muchos, rasgos que están construyéndose como características necesarias para ese nuevo venezolano que deseamos.
Porque antes de aspirar a Querer y Tener, hay que Ser. Y el cultivo del ser requiere de estudio y formación. De trabajo diario como esfuerzo para merecernos las cosas materiales. No hay otra manera de lograr verdaderos rasgos del ser, como naturaleza cultivada en valores y principios trascendentales, sino es con esfuerzo y dedicación. Porque la vida es una dura realidad. Más aún, en una sociedad como la venezolana absolutamente empobrecida, enferma y con muy escasos valores y principios en su diario existir, los modelos que sirvan para la conformación de hechos pedagógicos que puedan transmitirse para fortalecernos, como sociedad y nación, son imprescindibles para la práctica educativa formal y no formal.
Ciertamente que la actitud proactiva es el distintivo que diferencia las sociedades altamente desarrolladas y productivas de aquellas en decadencia, como la nuestra. Pero es muy cierto también, que aún existe una significativa población en el territorio nacional y el exterior, de profesionales altamente formados, capacitados y que en cualquier momento, de cambiar la realidad política, pueden ser de utilidad para la reorientación del Estado.
Es grave, muy grave y precario lo que estamos viviendo en el día a día en la Venezuela de estos tiempos. No existe esquina ni ángulo social sin haber pasado por la trituradora política de todo color. Todo está cuestionado y en entredicho. Cada venezolano lleva en su rostro la huella del dolor y la tristeza. Ese es un derecho humano. Quizá hasta debamos construir “lloraderos públicos” para tanto abandono.
Pero también es muy cierto, y está probado por nuestra historia y nuestros antepasados, que sabremos salir de esta crisis. Con nuestro ser acrisolado y apartando la escoria social que tanto daño nos hace. También el pedazo de escoria que nos corresponde.
Limpiemos nuestro ser llenándolo de valores y principios. Con nuestra actitud proactiva saldremos adelante. Agradezcamos a la vida esta oportunidad donde todo tendremos que hacerlo de nuevo.