El deterioro venezolano es producto del modelo intervencionista que ha demolido la inversión, confianza y producción, llevándonos a hiperinflación y deterioro. La infraestructura esta demolida y cualquier imprevisto se convierte en un Tsunami que afecta dramáticamente al país.
Las sanciones internacionales no causaron la crisis, esa es exclusiva responsabilidad de la revolución, pero comienzan a complicar más la situación, sin haber generado, todavía, el impacto que buscan en términos de explosión social e implosión militar.
Guaidó mantiene un alto nivel de soporte popular, comparable con los mejores niveles de Chávez y ha logrado mantener unida a la oposición alrededor de su figura, la única capaz de alinear gente y esperanzas.
Pero ese soporte no es suficiente para provocar la ruptura del chavismo. Los intentos de introducir ayuda humanitaria no fueron exitosos en términos de su entrada, aunque sí para colocar al gobierno como bloqueador de la ayuda que la gente obviamente necesita.
Una parte de la población se entusiasmó entonces con la idea de que ante ese bloqueo, Estados Unidos y el Grupo Lima avanzarían a una siguiente etapa, más dura y contundente: la intervención humanitaria.
Latinoamérica dejó claro su rechazo a esa acción y EEUU ha dicho, hasta el cansancio, que no es su estrategia básica, aunque esté sobre la mesa.
Sin entrar a evaluar los aspectos éticos y operativos de esa medida, el problema central es que cuando se masifica la idea de que la solución al problema sólo puede venir de afuera, se produce el equivalente a un estudiante con chuleta, que bloquea su conocimiento y depende de sacarla para pasar, abandonando su esfuerzo personal y concentrándose en sacarla sin que lo vean.
Cuando creen que viene una invasión, desechan cualquier intento de generar presiones y negociaciones para provocar la fractura, apertura o cooperación del adversario, un paso muy impopular, pero siempre indispensable para terminar la historia.
El tema es que cuando esa invasión esta más en la imaginación de quien la desea que en la realidad o, en todo caso, cuando su posibilidad de ocurrencia requiere más tiempo que el disponible para sostener la esperanza, la situación se complica y puede comenzar a generar frustración y apatía.
Si tuviera que resumir cómo vamos, diría que se mantiene una oposición claramente mayoritaria, un deseo monumental de cambio y un líder que unifica.
Pero al momento, no ha entrado la ayuda humanitaria, que se prometió introducir, el sector militar no se ha fracturado, como se prometió fracturar y no hay información que nos permita estimar que vaya a ocurrir, porque no se ha generado una oferta creíble, que permita a la elite militar tener confianza en que puede abrirse a un cambio, sin garantizar su propia destrucción.
El tiempo juega en contra de Maduro, porque mientras más tiempo más destrucción y aislamiento, más riesgos de explosión social, más ingobernabilidad, más riesgo de implosión chavista y más se acerca la elección presidencial americana, que aumentará el riesgo de intervención militar extranjera.
Pero para Guaidó, el tiempo también es riesgoso. Mientras más se deteriore el país, sin resolver el cambio de gobierno, las sanciones serán relacionadas con la crisis y la paciencia se agotará.
Para un líder político que maniobra en un país heterogéneo, no hay forma de no decepcionar a alguien, incuso en su propio grupo. Es normal. Lo inteligente es escoger cuanto antes a quien NO decepcionar, para amplificar la probabilidad de éxito.
Menuda tarea, incomoda y fronteriza, la del político maniobrando en crisis, pero como decía Ortega y Gasset: a ellos sólo se les debe evaluar políticamente: es decir por resultados y el tiempo lo dirá.
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