Ni las ilusiones, ni la prédica extremista ni la abstención harán más fuertes a las fuerzas de cambio. Es responsabilidad de todos ayudar a que los partidos democráticos venzan sus carencias, debilidades estratégicas y falta de enraizamiento social. Hace mucho que los partidos no se amasan en el barro y que el marketin ha diluido la pasión que da la política para crear identidad, hacer trascendente el compromiso de servir y ser inspiradores de un proyecto de país.
Los partidos son imprescindibles para tener democracia y en los nuestros existe, disgregada, una élite preparada, valiente y exitosa, legitimada por los votos y el asfalto. No supo evitar el empujón hacia el espejismo insurreccional y la espera mágica de una rebelión militar, pero tiene reservas para pensar en claves de país y superar sus patriotismos de partido.
La más evidente solicitud de la calle es por el pan, saciar el hambre, defender el derecho a exitir. Pero en medio de la desesperación y la frustración está surgiendo desde adentro de las colas para comprar pernil o recibir el bono una ruptura emotiva con Maduro y una brava exigencia de cambio.
La calle, aquella ocupada en luchar para mal vivir, busca en quien confiar y no lo encuentra. Para responder a esa búsqueda, los políticos deben volver a tocar y ser útiles al ciudadano de a pie. A los partidos les sale una inmersión social y comprender que la lucha por la libertad comienza por recobrar la dignidad de tener qué comer y a partir de esa brega, cotidiana y concreta, caminar con la gente hacia las respuestas políticas a las crisis. La vieja manera de hacer política lo entendía bien: el piso de las necesidades e intereses materiales constituyen el fundamento para sembrar solidaridad y descubrir luego, en el lado oculto, las soluciones políticas.
Otra gran solicitud es la que uno le pide a su club de beisbol: ser un equipo y trabajar para ganar. Ese reclamo de unidad tiene varios niveles. El primero es reconstruir la unidad de los partidos democráticos, el segundo acordar reglas para la confrontación y la coexistencia entre las dos minorías rivales y el tercero reunificar al país, limpiarnos de rencores, abandonar la idea de que una mitad va a poder liquidar a la otra.
La solución pacífica obliga a un entendimiento para realizar elecciones presidenciales sin trampas. El ganador podría conceder al perdedor postular ternas de candidatos para ocupar el 20 % de los cargos de libre remoción. Un aliciente para la gobernabilidad que podría aplicarse al conjunto de las gobernaciones y Alcaldías.
Las solicitudes del país deben unirnos o dejaremos de tener país.
@garciasim