Lo ves con una camisa negra y un casco de Stormtrooper. En su sala, un pack de la trilogía original en VHS y sin retoques digitales, un póster de Darth Vader con la pose del Tío Sam instándote a unirte a las Fuerzas Imperiales. Su perro se llama Chewbacca y al presentarse, añadirá sin falta “El imperio contraataca es la mejor película de la saga porque es la más oscura y adulta“. Estamos hablando del fan “más auténtico”, puro y duro de “Star Wars“.
De fallos, bondades y fans que saben más que George Lucas
Pese a que este fan supremo siempre haya estado ahí pregonando qué es digno de la saga, ha sido el auge de las redes sociales el que le ha dado una suficiente proyección como para que sus bramidos lleguen a proyectarse hasta el punto de llegar a más oídos de los que debieran. Algo que, además, le ha permitido repartir carnets de fan a diestro y siniestro aprovechando la brutal polarización entre público y crítica que ha sufrido el Episodio VIII tras su estreno.
Para quedar libre de toda sospecha, he de recalcar que mi relación particular con Star Wars, es similar a la de cualquiera que haya disfrutado una y mil veces de las bondades de su sentido del espectáculo y su fantástico imaginario sin rasgarse las vestiduras ante los deslices que hayan podido padecer sus responsables.
Tengo juguetes, camisetas y el más variopinto merchandising; aborrecí la trilogía de precuelas para, más tarde, redescubrirla y abrazar sus virtudes. Aluciné con “El Despertar de la Fuerza” y me he llevado una decepción inmensa con “Los últimos Jedi” que, ¡sorpresa!, no me ha causado ningún tipo de úlcera estomacal ni la destrucción de mi más tierna infancia.
Un notable espectáculo con muchos “peros”
¿Significa el desencanto que me ha generado “Los últimos Jedi” que es una mala película?. En absoluto. Puede que la perspectiva que me da no pertenecer al selecto club de fans oficial me permita vislumbrar entre sus problemas una dirección vigorosa de un Rian Johnson desatado, y que apuesta por un planteamiento visual de primerísima categoría, un giro especialmente agradable hacia el humor y, sobre todo, un espíritu rupturista en tono y forma muy de agradecer.
No obstante, entre secuencias espectaculares y risotadas complacientes comienzo a detectar un buen número de lo que yo considero desaciertos que amargan una experiencia que comenzó con el mejor pie posible. Fallas que podrían dividirse en un par de categorías bien diferenciadas, ambas focalizadas sobre la figura del Johnson guionista: las narrativas, y las estrictamente personales.
Dentro de las primeras existen dos elementos que empobrecen radicalmente el conjunto, siendo el primero de ellos el tratamiento y desarrollo de unos personajes caprichosos, vagos y desdibujados. A excepción de Kylo Ren y, tal vez, Poe Dameron, el resto de protagónicos del filme cumplen un papel estrictamente funcional, con evoluciones pobres, nulas o disparatadas.
Además de esto, cuya máxima representación se encuentra en la figura de Rey, quien continúa siendo toda una Mary Sue que lo hace todo a la perfección sin el necesario fracaso por el que pasa todo héroe. “Los últimos Jedi” adolece una supresión de la sensación de peligro a causa de la repetición sucesiva y exasperante de escenas en las que los personajes se enfrentan a un grave peligro para salvarse en el último momento.
Más allá de estas trabas, que podríamos tildar de “objetivas“, existen otros aspectos que me han chirriado y que obedecen a las que parte del fandom está etiquetando como “rompe mitos” e impulsan campañas de recogidas de firmas para excluir al largometraje del canon galáctico. Decisiones dramáticas que, lejos de ser errores, pueden conducir al arqueo de cejas y el enojo generalizado de los sectores más integristas.
No lo llamen “error” cuando quieren decir “discrepancia”
Si, es cierto que “Star Wars” es una obra de ficción y que no existen unos libros sagrados que nos ilustren sobre las diversas aplicaciones y mecanismos de la Fuerza, pero esto no excluye que ciertos pasajes de “Los últimos Jedi” parezcan sacados de la manga en una búsqueda desesperada del impacto más efectista, rompiendo de algún modo con la coherencia interna que toda mitología de estas dimensiones debería tener.
De haber sido planteados con anterioridad, ya no en este nuevo capítulo, sino en cualquiera de los siete que le preceden, fragmentos tan controvertidos como el de Leia voladora, salvándose por arte de magia con una habilidad completamente nueva en la saga, hubiesen funcionado a la perfección. Pero no, Rian Johnson ha sabido cubrirse las espaldas utilizando los poderes de la Fuerza como un deus ex machina moldeable con el que disimular su cobardía a la hora de lidiar con unas posibles muertes potencialmente traumáticas, pero finalmente inexistentes.
Esto último puede extrapolarse a la figura de un Luke Skywalker que, más allá del debate en torno a si su conducta es propia o no de un Jedi, no merecía bajo ningún concepto un final como el recibido. La triquiñuela del director y guionista en este caso ha sido el nuevo poder de la comunicación en diferido entre Jedis/Siths que, convenientemente, se extiende al resto de personajes corrientes durante una secuencia de lo más tramposa. No se puede negar que hubiese sido impagable un duelo entre Skywalker y Ren en el que, al igual que su maestro Ben Kenobi, el Jedi se hubiese sacrificado in situ por una causa mayor tras un buen intercambio de sablazos.
Para echar algo más de leña al fuego, cabe mencionar la impresión de haber sido escrito sobre la marcha y sin un rumbo fijo que deja este Episodio VIII: Johnson tira por la borda infinidad de elementos planteados por Abrams en “El despertar de la Fuerza”: los cuales van desde el enigma que envuelve a la identidad de los padres de Rey hasta el vínculo entre Kylo Ren y Darth Vader, pasando por la figura del infame Snoke, que ha terminado siendo poco más que un pelele digital
Todo esto invita a pensar si esta tercera trilogía galáctica posee un arco narrativo cerrado o es únicamente un artificio comercial creado sobre la marcha a gusto de la turba que se da golpes de pecho en Twitter película tras película.
Esta última trilogía está siendo testigo de la máxima expresión de la ira de un fandom que parece no saber muy bien lo que quiere, destruyendo “Los últimos Jedi” por su afán de reinventar el universo de Star Wars tras haber maldecido “El despertar de la Fuerza” por, precisamente, brindar un genial revival de los orígenes de la saga con aquello que muchos llamaron “más de lo mismo”.
Fuente
Víctor López